El movimiento feminista: una perspectiva bíblica

two women hands up standing beside body of water

La rebelión de Adán y Eva en el Edén trajo consigo duras sentencias tanto para el hombre como para la mujer (Génesis 3). Por perfectos que fueran los planes del Señor para Su creación, la consumación del pecado implicó distorsiones que se extendieron a lo largo de los siglos. Nos damos cuenta de que en muchos lugares las mujeres todavía no son tratadas como las ayudas idóneas, iguales en valor y dotadas de la imagen y semejanza de Dios que son (Gn 1,26-28). El pecado del machismo ha causado tanto dolor y opresión a las mujeres que ellas han tomado el control de sus vidas en un intento de remediarlo. Sin embargo, tomar el control de cualquier cosa sin someterse a la dirección de Cristo, la Cabeza, implica perpetuar intentos insuficientes para resolver el problema del pecado, ignorando al Único que verdaderamente lo ha vencido: el verdadero antídoto (1 Cor. 15:21).

De este contexto (mediados de 1940) nació el llamado movimiento feminista, que continúa hasta nuestros días. Inicialmente, le preocupa conseguir derechos como el voto, la propiedad y el estudio. A pesar de que se conceden estos buenos derechos a las mujeres, lamentablemente su insatisfacción no disminuye. Surgen nuevas propuestas en la búsqueda de la igualdad sexual e identitaria en relación a los hombres. Para lograr esto, la feminidad y la sexualidad establecidas por Dios para las mujeres tal como las conocemos deben ser deconstruidas y la identidad femenina pierde su significado. Llegamos entonces al presente, donde el desprecio por el trabajo doméstico, el matrimonio, la maternidad y la masculinidad están tan arraigados en nosotras las mujeres, que un movimiento que inicialmente surgió para protegernos, hoy rechaza lo que Dios nos creó para ser.

Considerando la dimensión que estos ideales han adquirido en nuestra sociedad, en la mente y en el corazón de los hombres y mujeres, es más que necesario que como Iglesia los conozcamos en profundidad y sepamos dialogar con el espíritu de este tiempo a la luz de la Palabra de Dios. Si queremos presentar la gracia salvadora de Jesús a nuestro prójimo, debemos ante todo amarlo como Él nos amó. Hasta el punto de que, como “fariseos en recuperación”, recogemos ladrillos para esta construcción en forma de conocimiento de esta realidad. Para que, llenos de Gracia y de Verdad, podamos construir puentes en lugar de muros, dando a conocer Su nombre y obedeciendo a la Gran Comisión a la que hemos sido llamados.

Nuestro objetivo debe ser, como imitadores de Cristo, mirar con misericordia y compasión la angustia de estas mujeres sufrientes y engañadas, como Él lo hizo, y en lugar de ofrecer represalias, ofrecer el Agua Viva, lo único capaz de saciar la sed inquieta de un corazón esclavizado por su deseo de “libertad”.

Creemos como Iglesia que la igualdad de valores entre hombres y mujeres es una verdad bíblica y quien más la defiende en toda la Escritura es Jesucristo. Por lo tanto, la preocupación de establecer esta igualdad corresponde a cada discípulo. Cristo nos llama a luchar por la justicia social, pero siempre sumisos a sus valiosos Principios arraigados en su Palabra que es suficiente y no vuelve vacía (Is 55:11). 

Recordemos, por último, que el Evangelio es suprapolítico, supracultural y supraideológico. Una cosmovisión bíblica debe ser la lente a través de la cual veamos todas estas esferas y no al revés. No se le puede reducir a feminista o antifeminista. Dios no es una construcción personal; Él es quien dice ser en Su Palabra. La buena noticia y la sumisión a Cristo son las únicas cosas “capaces de romper todo tipo de esclavitud en la vida de cualquier persona” (Oswald Chambers). 

Isabella Gizzi Jacomini

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