Pausa y espera, un ejercicio espiritual

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A menudo me he preguntado dónde está Dios en tiempos de crisis y por qué no interviene de manera más evidente. El libro de Rut me recuerda que la obra de Dios a menudo se vuelve más clara cuando miramos hacia atrás a través de testimonios y eventos aparentemente coincidentes. El hecho de que Rut terminara en el campo de Booz no fue una mera coincidencia. Cuando Booz usa el nombre del pacto de Dios, Yahvé, enfatiza que Dios es la fuente de todas las bendiciones. A veces esperamos una gran revelación de Dios, cuando en realidad necesitamos hacer una pausa, reflexionar y reconocer Su presencia sutil pero poderosa en la rutina de nuestras vidas.

El libro de Rut nos invita a detenernos y reflexionar sobre la voluntad y el pacto de Dios. Nos desafía a considerar nuestro propio viaje espiritual y cómo tomamos decisiones dentro de la familia y la comunidad. ¿Realmente nos tomamos el tiempo para hacer una pausa y reconocer la presencia de Dios en la rutina y los eventos de nuestra vida?

  • La espera como ejercicio espiritual:El período en el que Rut y Noemí esperaron a que Booz resolviera la situación fue una especie de “pausa”. Durante este tiempo, confiaron en la provisión de Dios. Esta espera se convirtió en un tiempo de transformación espiritual.
  • El nombre de Dios en la historia:Las únicas citas directas del libro giran en torno a la identidad de Dios. Esto nos invita a reflexionar sobre lo que revelan nuestras palabras y acciones: ¿enfatizan quién es Dios o quiénes somos nosotros?
  • Conexión generacional:La genealogía al final del libro vincula la historia personal de Rut con la historia más amplia del pueblo de Dios. Esto me recuerda que aunque Rut pudo haberse sentido sola cuando dejó a su pueblo para seguir a Noemí, se convirtió en parte de una familia eterna, que culmina en Cristo. Su redención no fue sólo para ella, sino para todos nosotros que elegimos profundizar nuestra conexión con Dios.

El libro de Rut nos anima a hacer una pausa, conectarnos con Dios y apreciar a las personas que Él ha puesto en nuestras vidas. La familia y la comunidad son partes esenciales de nuestro camino espiritual, y nuestro compromiso con Dios moldea estas relaciones de maneras profundas.

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